Un hombre pone sus manos sobre los ojos de una mujer para que ella no pueda ver
Ryoji Iwata (Unsplash)

La realidad no es opcional: Defender la educación de la desinformación, el posmodernismo utilizado como arma y la erosión de la verdad

Los acontecimientos recientes demuestran lo fácil que es descartar los hechos cuando se vuelven políticamente inconvenientes. El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos marca un cambio de las simples tácticas de presión a un desmantelamiento directo de agencias gubernamentales clave en salud pública, equidad, monitoreo climático y el control del tráfico aéreo, entre otras áreas críticas. Oficinas que antes recopilaban y analizaban datos objetivos han sido desfinanciadas o disueltas, deteniendo abruptamente la investigación y reduciendo la confiabilidad en sectores que afectan a millones de vidas.

El Manifesto 25 advierte que ignorar nuestra realidad compartida es una invitación al caos. Sin información confiable, la sociedad pierde el terreno compartido para el pensamiento crítico y la colaboración. Estas medidas radicales erosionan la confianza pública y amenazan la base empírica de la educación, permitiendo que la distorsión y la evasión de responsabilidades proliferen.

La realidad no es opcional. Ignorar nuestra realidad compartida es un colapso hacia el caos. El posmodernismo transformado en un arma, donde los hechos se distorsionan y la responsabilidad se evade, amenaza los cimientos de la educación y de la sociedad misma. Las realidades compartidas no son opcionales; sin ellas, el pensamiento crítico falla, la confianza se desvanece y la colaboración se vuelve imposible. La educación debe enfrentar las distorsiones de manera directa, basándose en la evidencia empírica mientras libera nuestra imaginación para resolver nuevos desafíos. Para construir un futuro sostenible, los aprendices deben estar preparados para cuestionar las distorsiones, rechazar la evasión de responsabilidades y navegar la complejidad con valentía intelectual.

La guerra contra la realidad

La realidad está bajo ataque en múltiples frentes: la desinformación orquestada socava la confianza pública y deforma nuestra capacidad colectiva para comprender o comunicarnos. La actual administración de Estados Unidos ha desmantelado o desfinanciado apresuradamente agencias esenciales, interfiriendo con la recopilación de datos y la investigación en campos que van desde la salud pública hasta la ciencia ambiental. Esta tergiversación calculada y deliberada ejemplifica el posmodernismo transformado en un arma, donde los hechos verificables se distorsionan, las verdades esenciales se vacían de significado y la fiabilidad se vuelve imposible. La consecuencia inmediata es una sociedad sumida en la incertidumbre sobre qué fuentes son confiables; pero la víctima más profunda es el sistema educativo en sí. Sin información fiable y referencias compartidas, las escuelas no pueden cultivar estudiantes informados y con pensamiento crítico, dejando a la sociedad vulnerable a la manipulación y el control.

El posmodernismo transformado en arma es la distorsión deliberada de los hechos y la erosión de la realidad compartida para socavar el pensamiento crítico, disolver la confiabilidad y crear una sociedad más susceptible a la manipulación del poder. Mientras que el posmodernismo clásico cuestiona las verdades absolutas y examina el papel del poder en la construcción del conocimiento, el posmodernismo transformado en arma explota estas ideas para difundir desinformación, desacreditar la experiencia y difuminar la distinción entre hechos y ficción. Al inundar el discurso público con narrativas contradictorias y dudas fabricadas, los actores con malas intenciones pueden erosionar la confianza en las instituciones, facilitando el control de la percepción pública y la supresión de la disidencia.

Nota. Esta definición está inspirada en P. B. Craik y Lee McIntyre.

Cuando los movimientos autoritarios buscan controlar la sociedad, uno de sus primeros campos de batalla es el sistema educativo. Las campañas de desinformación atacan las escuelas porque eliminar el pensamiento crítico desde una etapa temprana debilita la resistencia futura y garantiza que la propaganda pueda expandirse sin oposición. Esto no es un ataque al conocimiento, es un ataque a la estabilidad misma de la sociedad. Una vez que la verdad compartida se erosiona, la polarización se profundiza, la confianza pública colapsa y las instituciones se fracturan bajo el peso de realidades en competencia. El caos no es una consecuencia abstracta; se manifiesta en una sociedad incapaz de resolver problemas, gobernar de manera efectiva o siquiera ponerse de acuerdo sobre los hechos más básicos. Es una sociedad que termina dependiendo del autoritarismo de manera permanente.

Al sembrar dudas sobre la evidencia empírica, estas campañas desacreditan a los docentes, reescriben narrativas históricas y suprimen el consenso revisado por pares dentro de las aulas. Los estudiantes quedan atrapados en un laberinto de afirmaciones contradictorias, mientras los educadores enfrentan una creciente hostilidad por defender el conocimiento basado en hechos. En este clima de duda fabricada, el posmodernismo transformado en un arma se afianza: las fronteras entre hechos, opiniones y mentiras descaradas se desdibujan. El papel de la educación en la formación de ciudadanos informados y conscientes se desmorona. Al atacar tanto a las instituciones del conocimiento como a quienes las sostienen, la desinformación erosiona la democracia y la propia capacidad de la sociedad para reconocer la realidad.

Patrones similares emergen en todo el mundo, donde líderes autocráticos explotan campañas de desinformación para afianzar su poder. Al atacar y desmantelar las instituciones responsables de recopilar y difundir información factual, estos regímenes eliminan el escrutinio y fomentan cámaras de eco de narrativas distorsionadas. Las democracias, que dependen de la transparencia y el diálogo abierto, no siempre pueden responder con suficiente rapidez, lo que provoca un colapso del compromiso cívico. Esta ruptura en la realidad compartida se amplifica aún más a través de los canales digitales, socavando la gobernanza local y la cooperación internacional en asuntos urgentes como el cambio climático, la salud global y la estabilidad económica. En este entorno, la educación se encuentra en una posición precaria: sin una base factual, las escuelas no pueden fomentar el pensamiento crítico ni equipar a los estudiantes con la valentía intelectual necesaria para navegar la complejidad. Una sociedad a la deriva en la conspiración y la desconfianza no puede educar eficazmente a su juventud, abordar problemas urgentes, coordinar soluciones globales ni unirse en torno a objetivos comunes. 

La complicidad de las Big Tech

El auge de la propaganda generada por inteligencia artificial ha intensificado aún más esta crisis, volviendo insuficientes los métodos tradicionales de verificación de hechos. Los videos deepfakes, las noticias generadas por IA y las campañas automatizadas de desinformación ahora pueden fabricar eventos, distorsionar registros históricos y manipular la percepción pública con una velocidad alarmante y un realismo emulado. Las escuelas deben evolucionar más rápido que estas amenazas, enseñando alfabetización mediática avanzada y habilidades de verificación digital como competencias fundamentales, no como complementos opcionales. Esto significa entrenar a los estudiantes para analizar metadatos, hacer búsquedas inversas de imágenes, reconocer patrones generados por IA en textos y utilizar herramientas para verificar fuentes. Sin estas habilidades, incluso los estudiantes con mayor pensamiento crítico corren el riesgo de quedar rezagados frente a una tecnología diseñada para engañar. El sistema educativo ya no puede depender de métodos tradicionales de análisis mediático; debe preparar a los estudiantes para navegar un mundo donde la línea entre la realidad y la fabricación es cada vez más difícil de discernir, un mundo en el que una realidad fabricada puede ser utilizada en su contra.

Hace no mucho, internet era visto como el gran equalizador: una herramienta para democratizar el conocimiento, ampliar el acceso a la educación y fomentar la colaboración global. Pero lo que alguna vez se celebró como una revolución para la verdad, ha sido transformado en un instrumento de control. Las mismas plataformas que prometieron unir al mundo ahora aceleran su fragmentación, inundando el discurso con desinformación mientras silencian a quienes la desafían.

La crisis de desinformación no es un accidente del tumulto político; es un fenómeno diseñado para generar ganancias. Las plataformas de redes sociales y los gigantes tecnológicos han creado sistemas que no recompensan la verdad. Recompensan lo que mantenga a los usuarios enganchados, ya sean teorías de conspiración, retórica extremista o propaganda generada por IA. Las consecuencias de esto van mucho más allá de la desinformación individual. Cuando las falsedades se propagan a velocidad algorítmica, la realidad misma se fractura. Las sociedades quedan atrapadas en versiones paralelas y opuestas de la verdad, haciendo imposible el esfuerzo colectivo para resolver problemas. El cambio climático, las crisis de salud pública e incluso la democracia misma se vuelven problemas imposibles de abordar cuando la realidad compartida es reemplazada por ilusiones optimizadas por IA.

La crisis se profundiza cuando los líderes de las Big Tech se alinean con figuras autoritarias, moldeando el discurso digital para servir a agendas políticas. A medida que Trump y sus aliados consolidan el poder, muchas de las figuras más influyentes de Silicon Valley han abandonado incluso la apariencia de neutralidad, optando en su lugar por complacer a líderes fuertes a cambio de desregulación, exenciones fiscales e influencia. Las plataformas de redes sociales han demostrado durante mucho tiempo la aplicación selectiva de sus políticas, permitiendo, por ejemplo, que la desinformación y la propaganda de quienes están en el poder se difundan sin restricciones. Esto es una traición al papel fundamental que la tecnología debería desempeñar en una sociedad abierta. Pero si internet alguna vez fue una herramienta para el conocimiento y la colaboración, puede ser recuperado una vez más… si tomamos medidas decisivas.

Las escuelas son la primera línea de defensa de la verdad

La educación debe estar en la vanguardia de la lucha contra las distorsiones sistemáticas porque es la encargada de formar las habilidades y valores que los jóvenes llevarán a la adultez. Las escuelas no solo imparten hechos, sino que también preparan a los estudiantes para navegar un mundo en constante cambio. Cuando los educadores ignoran o minimizan la desinformación, fallan en su responsabilidad de cultivar ciudadanos informados y reflexivos. Una sociedad que no capacita a su juventud para distinguir la verdad de la manipulación corre el riesgo de perder su capacidad de enfrentar los desafíos del futuro con claridad y unidad. Un currículo sólido depende de información de calidad respaldada por evidencia empírica verificable. La ciencia, las matemáticas (especialmente la estadística) y las humanidades ofrecen oportunidades para que los estudiantes practiquen el pensamiento crítico y distingan fuentes creíbles de la desinformación. Pero el contenido académico por sí solo no es suficiente. Los estudiantes también deben desarrollar un marco ético que les permita comprender las consecuencias reales de difundir falsedades.

Esto es especialmente urgente en un mundo donde los canales oficiales pueden perpetuar narrativas engañosas. Aprender a diferenciar entre la experiencia válida y las afirmaciones sin fundamento —ya provengan de influencers en redes sociales, campañas de relaciones públicas corporativas o líderes políticos— se ha convertido en una habilidad cívica esencial. Los debates estructurados, los proyectos de investigación y la resolución colaborativa de problemas enseñan a los estudiantes a analizar argumentos, contrastar fuentes y afinar sus perspectivas con base en la evidencia. Pero la instrucción formal es solo una parte de la solución. El juego libre (la exploración abierta y sin guión) estimula la curiosidad, la adaptabilidad y la confianza para cuestionar supuestos. Cuando los estudiantes se involucran en la resolución espontánea de problemas, la experimentación y la expresión creativa, desarrollan la flexibilidad cognitiva necesaria para desafiar la desinformación y pensar de manera independiente. Las aulas deben funcionar como incubadoras de indagación razonada, donde se aliente a los estudiantes a formular preguntas difíciles, evaluar puntos de vista diversos y ajustar su pensamiento ante nueva información. Al fomentar la curiosidad intelectual y la resiliencia, la educación se convierte en una defensa poderosa contra la manipulación y en la base de un compromiso democrático auténtico.

Para construir un futuro sostenible, los aprendices necesitan mucho más que conocimientos memorizados o teorías abstractas: necesitan la fortaleza para cuestionar la autoridad de forma constructiva y la determinación para mantener la integridad intelectual frente a realidades distorsionadas. Un entorno educativo que valore el coraje intelectual prepara a los estudiantes para sopesar el valor de ideas en competencia, en lugar de aceptarlas sin más. A través del contacto con perspectivas opuestas y de la guía del juicio crítico de las mismas, las escuelas cultivan hábitos de curiosidad, discernimiento y empatía indispensables para la resolución de problemas globales. Al asumir esta responsabilidad, la educación no sólo defiende la realidad frente a quienes intentan negarla, sino que también empodera a la próxima generación para sostener la verdad, exigir responsabilidad y trazar un rumbo hacia una sociedad más equitativa e informada.

Seis formas de proteger la verdad a través de una rebelión positiva

Las escuelas a menudo enfrentan lineamientos estrictos y una autonomía limitada, lo que dificulta contrarrestar abiertamente la desinformación. No obstante, los educadores, padres y estudiantes pueden involucrarse en actos de rebelión positiva: esfuerzos pequeños pero significativos para mantener realidades compartidas y fortalecer el pensamiento crítico, incluso bajo condiciones restrictivas.

La rebelión positiva es el acto de resistir la desinformación, la censura y las distorsiones ideológicas en la educación mediante acciones éticas, estratégicas y colectivas. No busca el caos ni la rebeldía por sí misma, sino que defiende la verdad, el pensamiento crítico y la integridad académica frente a la manipulación política. La rebelión positiva puede tomar muchas formas: compartir silenciosamente recursos basados en hechos, formar coaliciones para proteger planes de estudio fundamentados en la evidencia, desafiar la desinformación en foros públicos o crear espacios educativos alternativos cuando las instituciones formales fallan. Es un compromiso con la defensa de la realidad, no mediante la fuerza, sino a través del conocimiento, la colaboración y un coraje intelectual inquebrantable.

Dada la gravedad de la amenaza, estas son acciones que educadores y comunidades pueden emprender para dar pasos significativos incluso en los entornos más restrictivos:

  1. Construir coaliciones silenciosas dentro del sistema para salvaguardar la verdad: En entornos restrictivos donde la desinformación se incorpora a los planes de estudio, los educadores deben desarrollar redes discretas y resilientes para sostener una educación basada en la realidad. Esto implica formar redes organizadas y discretas para compartir materiales verificados, elaborar planes de clase independientes y proporcionar a los estudiantes acceso a conocimientos suprimidos. Los docentes pueden utilizar espacios en línea encriptados, grupos de estudio fuera del campus o listas de lectura alternativas para sortear las restricciones oficiales. Estas coaliciones aseguran que los hechos no desaparezcan, incluso cuando las instituciones intentan borrarlos.
  2. Aprovechar la curiosidad y la iniciativa estudiantil como defensa del aprendizaje basado en hechos: Los estudiantes no son receptores pasivos de la educación. Son los actores más directamente implicados en la lucha por la verdad. Las escuelas deben apoyar organizaciones lideradas por estudiantes que investiguen la desinformación, cuestionen las distorsiones curriculares y exijan transparencia a las autoridades educativas. Los estudiantes de secundaria pueden documentar intentos de censura, exponer cambios curriculares motivados políticamente y utilizar redes sociales para difundir recursos basados en hechos. Este movimiento debe ir más allá de pequeños clubes de discusión: debe convertirse en un esfuerzo coordinado para resistir la desinformación educativa desde su origen.
  3. Construir centros comunitarios y alianzas: Cuando la educación formal se ve comprometida, las instituciones externas deben intervenir. Bibliotecas, universidades, organizaciones sin fines de lucro y espacios de aprendizaje independiente pueden ofrecer educación basada en hechos mediante talleres, conferencias públicas y recursos de acceso abierto. A medida que las agencias gubernamentales de investigación son desmanteladas, las universidades deben asumir un papel más activo en la preservación y difusión del conocimiento confiable. Las escuelas pueden conectar discretamente a estudiantes y familias con estas fuentes confiables, garantizando que las comunidades permanezcan informadas incluso cuando los canales oficiales fallan. Este intercambio debe ser bidireccional: las universidades pueden actuar como curadoras y guardianas del conocimiento, mientras que las escuelas locales se convierten en sus difusoras. Las escuelas pueden integrar investigaciones universitarias en sus programas y distribuir hallazgos científicos confiables a través de sus actividades. A su vez, las universidades deberían establecer redes de respuesta rápida para atender los problemas emergentes de las escuelas, asegurando que los estudiantes tengan acceso directo a expertos en lugar de depender de narrativas mediáticas politizadas. Al fomentar esta relación recíproca, universidades y escuelas construyen juntas una defensa descentralizada y comunitaria contra la desinformación.
  4. Incorporar el pensamiento crítico y la alfabetización mediática en todo el currículo: La alfabetización mediática no puede ser una asignatura aislada, fácil de eliminar o politizar: debe integrarse transversalmente en todas las materias. La historia debe analizar la propaganda y el revisionismo. La ciencia debe enfatizar la diferencia entre la investigación revisada por pares y la pseudociencia. Las matemáticas deben enseñar sobre la manipulación estadística y el sesgo en los datos. Cuando la verificación de hechos y el análisis crítico se integran en todas las disciplinas, los estudiantes desarrollan una resistencia instintiva a la desinformación, en lugar de verla como una habilidad abstracta.
  5. Modelar el coraje intelectual y la rendición de cuentas: Los educadores deben establecer el estándar del coraje intelectual al negarse a tratar las falsedades como si fueran equivalentes a los hechos. Esto no implica siempre una confrontación abierta: puede ser tan sutil como cuestionar afirmaciones engañosas, reforzar la importancia de la integridad académica o usar el método socrático para guiar a los estudiantes hacia la verdad. Cuando sea posible, los docentes deberían documentar públicamente los intentos de censura, abogar por políticas que protejan planes de estudio basados en evidencia y crear espacios seguros donde los estudiantes puedan interactuar críticamente con información veraz. Incluso en contextos restrictivos, demostrar un compromiso inquebrantable con la verdad envía un mensaje poderoso: la educación sirve a la realidad, no a la conveniencia política.
  6. Liderar una rebelión positiva contra la politización de la educación: La desinformación prospera cuando la oposición está desorganizada y en silencio. Docentes, estudiantes y familias deben actuar colectivamente para enfrentar las distorsiones motivadas políticamente. Esto implica confrontar juntas escolares, exponer interferencias ideológicas en el currículo y utilizar la cobertura mediática para exigir rendición de cuentas. La resistencia debe escalar cuando sea necesario, por ejemplo, mediante demandas judiciales contra políticas de censura, huelgas docentes, marchas estudiantiles y la creación de redes educativas independientes que operen fuera de la influencia estatal. Si la educación pública se convierte en un arma al servicio de una ideología, nuestra tarea debe centrarse en recuperarla y reconstruirla.

La lucha por la verdad en la educación debe centrarse en defender el futuro. Cuando la desinformación se infiltra en las escuelas, educadores y estudiantes no son simplemente víctimas de manipulación; son la última línea de defensa. Permanecer en silencio frente a distorsiones políticas equivale a ceder la realidad misma.

Al practicar estas formas de desafío constructivo, las escuelas pueden resistir desde dentro la expansión del posmodernismo transformado en arma. El objetivo no es romper las reglas ni generar espectáculo, sino sostener, con firmeza silenciosa, el principio de que la realidad debe seguir siendo el fundamento de toda educación significativa. Con el tiempo, estos esfuerzos pueden transformar la cultura institucional hacia una que honre la evidencia, nutra el pensamiento crítico y proteja nuestro sentido compartido de lo que es real, incluso en una era marcada por la desinformación generalizada. 

Si las escuelas fallan, las comunidades deben intervenir

Si el sistema de educación pública continúa siendo socavado y la confianza en las instituciones formales se erosiona más allá de lo reparable, las comunidades quizás no tengan otra opción que organizar la educación por fuera del sistema tradicional. Aunque esto pueda parecer una rendición, en realidad es un acto de resistencia. Asegura que la verdad, el pensamiento crítico y el aprendizaje basado en evidencia no desaparezcan por completo. Iniciativas educativas lideradas por la comunidad, cooperativas de aprendizaje independientes y redes descentralizadas de educadores no formales pueden intervenir donde las escuelas públicas hayan sido debilitadas, brindando a los estudiantes acceso a conocimiento confiable y desarrollo intelectual libre de interferencias políticas. Bibliotecas, organizaciones locales e incluso plataformas digitales pueden servir como centros alternativos de aprendizaje, creando estructuras paralelas que salvaguarden la educación basada en hechos.

Sin embargo, debemos reconocer que reemplazar por completo la educación pública corre el riesgo de avanzar el objetivo de la administración de erosionar la confianza en las instituciones compartidas. Por ello, este enfoque debe ser un último recurso, no una alternativa inmediata. La prioridad debe seguir siendo luchar por la integridad del sistema existente, presionar a los gobiernos locales, movilizar a los educadores y defender políticas que refuercen el papel de la educación en la democracia. Pero si las escuelas tradicionales se vuelven completamente ineficaces o quedan comprometidas, las comunidades de docentes y estudiantes deben estar preparadas para intervenir y reclamar la educación como propia, asegurando que las generaciones futuras conserven las herramientas necesarias para buscar la verdad, pensar críticamente y exigir rendición de cuentas al poder.

Recuperar los espacios digitales para la verdad

La rebelión contra la desinformación ocurre en línea y en tiempo real. Los estudiantes pasan horas consumiendo redes sociales, interactuando con contenidos curados por algoritmos que premian el sensacionalismo por encima de la precisión. Internet fue construido sobre la promesa de compartir conocimiento. Si ha sido convertido en un arma, debe ser recuperado. Y queda poco tiempo. La propaganda generada por inteligencia artificial avanza a una velocidad sin precedentes. Pronto, eventos noticiosos completos, grabaciones de video y registros históricos serán indistinguibles de la realidad. Esto implica que los estudiantes deben aprender a reconocer el engaño digital y a enfrentarlo activamente. Sin esta capacidad, corremos el riesgo de un futuro en el que nadie pueda verificar qué es real, y la verdad misma se vuelva irrelevante.

Educadores y estudiantes deben asumir un rol activo en transformar los espacios digitales en foros para la verdad, no en plataformas para el engaño. Esto requiere un cambio en el enfoque de la alfabetización mediática: no como defensa pasiva, sino como estrategia ofensiva. Las escuelas deben ir más allá de enseñar a identificar noticias falsas y, en cambio, formar a los estudiantes para confrontar la desinformación en el lugar donde se difunde, interrumpir narrativas dañinas y convertirse en primeros respondedores digitales en defensa de la verdad.

Los docentes pueden integrar ejercicios reales de verificación de hechos en las tareas, alentando a los estudiantes a investigar afirmaciones virales, analizar medios manipulados y publicar sus hallazgos. Equipos de verificación liderados por estudiantes, inspirados en el periodismo de investigación, pueden enseñar a utilizar búsquedas inversas de imágenes, herramientas de detección de IA y técnicas de verificación de datos, dotándolos de las habilidades necesarias para enfrentar contenidos fabricados.

Las escuelas también deberían incorporar campañas contra la desinformación como parte del aprendizaje basado en proyectos. En lugar de limitarse a consumir y criticar información, los estudiantes deben estar empoderados para producir y difundir contenido basado en hechos, ya sea mediante blogs, publicaciones en redes sociales o videos explicativos que desmientan mitos en tiempo real. Aprovechando su fluidez digital, los estudiantes pueden convertirse en participantes activos de la lucha por la realidad, y no en consumidores pasivos de información guiada por algoritmos.

Quizás lo más importante: los educadores deben crear espacios seguros para el activismo digital. Los estudiantes que enfrentan la desinformación a menudo reciben represalias, acoso y silenciamiento. Las escuelas deben facilitar discusiones estructuradas sobre resiliencia digital, responsabilidad ética y el impacto psicológico de las batallas informativas en línea. Así como los activistas reciben formación en resistencia civil, los estudiantes deben ser preparados para navegar los espacios digitales con valentía y estrategia.

La lucha por la educación es la lucha por la democracia

Los giros súbitos hacia el autoritarismo nos recuerdan cuán fácilmente las fuerzas políticas pueden derribar aquello que parecía estable. Los hechos pueden convertirse en bajas colaterales de las luchas por el poder, y sociedades enteras pueden quedar atrapadas en ciclos de desinformación. La decencia humana y los principios democráticos exigen que enfrentemos estas amenazas sin recurrir a las mismas tácticas manipuladoras. Debemos reafirmar que la realidad compartida es la base de todo progreso significativo.

Defender a las escuelas de la desinformación no es suficiente. Si la educación permanece en una postura reactiva, respondiendo a falsedades a medida que aparecen, el ciclo de manipulación continuará. El verdadero desafío no es solo combatir la propaganda, sino garantizar que el sistema educativo esté diseñado para ser resistente a ella desde el principio. Esto requiere repensar cómo enseñamos la verdad, cómo construimos resiliencia frente a la desinformación y cómo estructuramos entornos de aprendizaje que no puedan ser fácilmente cooptados por agendas políticas.

Un sistema educativo verdaderamente resistente a la propaganda debe hacer más que enseñar hechos; debe equipar a los estudiantes con defensas intelectuales que les permitan reconocer la manipulación antes de que los atrape. Esto implica priorizar la educación metacognitiva y epistémica (es decir, saber lo que no sabemos y comprender cómo sabemos lo que sabemos) junto con las materias tradicionales. Implica integrar la alfabetización mediática y el entrenamiento en sesgos cognitivos en todos los niveles de la enseñanza, no como complemento, sino como componente central de cada disciplina. Requiere autonomía docente para cuestionar la desinformación sin temor a represalias políticas, protecciones sólidas para la integridad académica y políticas educativas que salvaguarden los contenidos curriculares de la interferencia ideológica.

Sin estos cambios sistémicos, la educación siempre será vulnerable a la próxima ola de desinformación. El objetivo no debe limitarse a resistir la propaganda, sino formar generaciones de estudiantes que sean, en esencia, inmunes a ella.

La educación siempre ha dado forma al futuro, pero nunca antes había determinado si ese futuro seguiría anclado en la realidad. Ya no se trata de qué deberían aprender los estudiantes. La verdadera pregunta es si la verdad seguirá existiendo en el espacio público. Si permitimos que la desinformación eche raíces en las aulas, estaremos renunciando a la capacidad de resolver desafíos globales, defender los derechos humanos y proteger la gobernabilidad democrática.

Docentes, legisladores y la sociedad civil en su conjunto tienen el deber de proteger y fortalecer esa realidad compartida. Debemos insistir en la verdad verificable como piedra angular del conocimiento, incluso ante campañas organizadas que intenten desacreditarla. Ignorar la realidad no es una opción, porque la alternativa es el caos. 


Lea y firme el Manifiesto 25 en https://manifesto25.org/es


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